¿Siguen siendo relevantes las hackatones?
- Fabián Acuña Hernández
- 31 agosto, 2024
Uno de los premios que dimos a los cuatro equipos ganadores de la AI Hackathon fue el libro de Walter Isaacson: Los innovadores (The Innovators: How a Group of Hackers, Geniuses, and Geeks Created the Digital Revolution).
Entre las páginas escritas por este interesante historiador y biógrafo nos encontramos con una idea central sobre el rol de los hackers en la historia:
El ordenador e internet se cuentan entre los inventos más importantes de nuestra era, pero pocas personas saben quiénes fueron sus creadores. No surgieron de la nada en una buhardilla o un garaje por obra del tipo de inventores solitarios que suelen aparecer destacados en las portadas de las revistas o pasar a formar parte de un panteón junto con Edison, Bell y Morse. Lejos de ello, la mayoría de las innovaciones de la era digital fueron fruto de la colaboración.
Y es que aunque la prensa y diferentes autores publican perfiles de genios individuales, y de unos virtuales superhombres que fueron o son responsables de los grandes inventos o avances tecnológicos, la verdad es que estos realmente ocurre por una acumulación de saberes y colaboraciones directas e indirectas.
Isaacson abre el libro con una cronología que parte en 1843 con Ada Lovelace, publicando sus notas sobre la máquina analítica de Charles Babbage, para luego citar personajes y avances tecnológicos que incluyen a Alan Turing, El ENIAC, completado por Presper Eckert y John Mauchly en noviembre de 1945 (la primera máquina que incorporó todo el conjunto de características de un computador moderno), a Grace Hopper creando el primer compilador de código informático, la primera conferencia sobre inteligencia artificial en 1956. Y una lista de más 90 momentos claves de esta historia.
El libro también destaca la importancia de las fuerzas sociales y culturales que proporcionan la atmósfera propicia para que todo esto pase, que incluyeron un ecosistema de investigación y creación nutrido por el gasto público y privado, así como “una difusa alianza de líderes comunitarios, hippies de mentalidad colectivista, aficionados al bricolaje (personas que crea, mejoran, mantienen o reparan cosas sin ser profesionales del oficio) y hackers domésticos, la mayoría de los cuales recelaban de la autoridad centralizada”.
Cuando Walter Isaacson se plantea seguir la ruta de los grandes avances tecnológicos nota que estas “son el resultado de ideas que fluyen de un gran número de fuentes”, y que por ejemplo “un invento, especialmente uno tan complejo como el ordenador, suele ser fruto no de una idea genial individual, sino de un tapiz de creatividad tejido de forma colectiva”.
De hecho, la capacidad de creación y el alcance que han tenido las personas que se han encerrado en sí mismas han sido más bien limitadas, atascándose en sus limitaciones, como es el caso de del matemático y filósofo alemán Gottfried Leibniz y que relata Isaacson:
Leibniz se topó con un problema que se convertiría en un tema recurrente de la era digital. A diferencia de Pascal, un hábil ingeniero capaz de combinar las teorías científicas con el genio mecánico, Leibniz tenía pocas dotes para la ingeniería, y tampoco se rodeó de personas que si las tuvieran. Así pues, como muchos grandes teóricos que carecieron de colaboradores prácticos, fue incapaz de crear versiones de su dispositivo que funcionaran de manera fiable. Sin embargo, su concepto central, conocido como «rueda de Leibniz», influiría en el diseño de las calculadoras de la época de Babbage.
Una historia similar a la de John Vincent Atanasoff, quien creó uno de los primeros computadores, pero que solo logró funcionar parcialmente:
El perdurable atractivo romántico de Atanasoff se debe a que era un innovador solitario que trabajaba en un sótano, con solo su joven adlátere Clifford Berry como compañero. No obstante, su historia demuestra que en realidad no deberíamos idealizar a estos personajes solitarios. Como Babbage, que también trabajó en un pequeño taller con solo un ayudante, Atanasoff nunca consiguió que su máquina funcionara plenamente. De haber estado en los Laboratorios Bell, entre enjambres de técnicos, ingenieros y mecánicos, o en una universidad donde se realizaran importantes investigaciones, probablemente se habría encontrado una solución para arreglar el lector de tarjetas, así como las otras partes fallidas de su artilugio.
Lo que destaca nuevamente esta idea central: “La mayoría de las grandes innovaciones de la era digital surgieron a partir de la interacción de individuos creativos (Mauchly, Turing, Von Neumann, Aiken) con grupos que sabían cómo materializar sus ideas.”
Una última idea que me gustaría citar es la del lingüista, filósofo, científico y académico del MIT Noam Chomsky, quien postula que tenemos una naturaleza humana que incluye un elemento fundamental: la necesidad de trabajo creativo, de investigación creativa, de creación libre sin los efectos arbitrarios y limitadores de las instituciones coercitivas, donde las personas no son forzadas a una posición de herramientas o de engranajes, sino donde pueden llevar adelante su impulso creativo. De esta manera, y sin caer en lo pretencioso, podemos ver así estos espacios: como promotores de la asociación libre, que enriquecen la vida de las personas y que promueven la creación.
Cómo bien lo dijo Leo Prieto en su charla durante la conferencia de la AI Hackathon: nadie logra nada solo.
De seguro entonces que las hackatones siguen siendo relevantes y que en CommunityOS seguiremos generando y promoviendo espacios como los que vivimos entre el 23 y 25 de agosto. Porque consideramos relevante impulsar al talento y sus creaciones, junto con las fuerzas sociales y culturales que incentivan la exploración, el desarrollo de habilidades, la creación de vínculos, colaboraciones, e incluso la generación de amistades y asociaciones que perdurarán en el tiempo.
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